Entrando en la dehesa de los Caballos,
Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo... y Juan Ramón Jimenes le pregunta a Platero:
-Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Platero ha dejado la mano derecha un
poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con
el casco la arena ardiente del camino.
Con una solicitud mayor, sin duda, que
la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la ranilla
roja. Una púa larga y verde, de naranjo sano, está clavada en ella como un
redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del dolor de Platero, he tirado de
la púa; y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos, para que
el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla.
Después hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda...
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